El regreso
El verano tiene su propia magia. Luz dorada que se prolonga hasta bien entrada la noche, calor que relaja nuestras rutinas, días que se desarrollan con un toque más de espontaneidad. Es una estación de expansión: cielos abiertos, juego, movimiento, noches largas que nos invitan a ir más allá de lo ordinario.
Pero toda expansión tiene su retorno. Toda ola que alcanza su máxima longitud acaba volviendo a la orilla. Y ahora, cuando el aire cambia y los días empiezan a asentarse, sentimos la atracción hacia el interior. No como una pérdida, sino como un aterrizaje. Del fuego a la tierra. Del resplandor a las raíces. De la libertad de vagar por el exterior al alimento de volver a casa.
Este regreso puede resultar conflictivo. Muchos de nosotros equiparamos la libertad con una apertura sin fin: maletas de viaje siempre listas, calendarios sueltos, ningún límite en torno a dónde nos puede llevar el día. Por el contrario, el arraigo suele tener fama de limitación: estructura, normas, disciplina, "vida real". Pero quizá lo hayamos malinterpretado. La conexión a tierra no es una jaula. Es un cimiento. Es el suelo que permite que todo lo que cultivamos a la luz del verano eche raíces y perdure.
Piense en su verano. Quizá viajaste lejos, o quizá te quedaste cerca de casa pero cambiaste de ritmo. Quizá descansaste más. O tal vez llenaste tus días de movimiento y gente y largas noches que se difuminaban al amanecer. Sea como fuere, hubo expansión. Hubo una relajación de lo que había sido.
Y ahora has vuelto. La maleta aún a medio hacer. El calendario llenándose de nuevo. El ritmo cambia. Y en algún lugar de tu interior, hay una llamada silenciosa: no a abandonar la libertad del verano, sino a entretejerla en tu vida cotidiana. Tomar la inmensidad de esos meses e integrarla suavemente en tus rituales diarios. A encontrar la libertad no en la huida, sino en la presencia.
Porque la conexión a tierra no tiene por qué ser pesada. Puede ser ligero. Puede ser tan simple como el ritmo de tu respiración volviendo a encontrar su ritmo estable. La práctica en la esterilla que te realinea, postura a postura. Los pequeños y constantes rituales que te atan de nuevo a ti mismo cuando tu mente se dispersa. Este tipo de conexión a tierra no te corta las alas, sino que las fortalece. Te permite volar más alto y más lejos, sin quemarte ni caer.
En Asana Groove, somos testigos de este cambio cada año. Después de la relajación del verano, los estudiantes vuelven. Las esterillas se despliegan. Los cuerpos aterrizan en la sala. Y la energía cambia, no en algo más pequeño, sino en algo más profundo. No se cierra, sino que se asienta. Hay una voluntad palpable de integrarse, de pasar de la expansión a la presencia, de flotar al anclaje.
Y he aquí la paradoja: cuanto más arraigamos, más nos elevamos. El arraigo no es lo contrario de la libertad; es lo que hace que la libertad sea sostenible. Cuando nos plantamos en prácticas estables, no perdemos la chispa de la espontaneidad, sino que le damos un lugar donde vivir. Le damos una forma, una manera de permanecer con nosotros incluso cuando cambian las estaciones.
Así que ahora que empieza este nuevo capítulo, te invitamos a que vuelvas a casa, a tu práctica. A desenrollar tu esterilla y dejar que el fuego del verano se instale en tus huesos. A encontrarte con el suelo bajo tus pies, firme y tranquilo. A redescubrir la libertad que viene del apoyo, la ligereza que viene de las raíces.
Estamos aquí, listos para recibirle de nuevo en el estudio.
Juntos, tocaremos tierra. Juntos, nos levantaremos.
Suyo en el giro,
Asana Groove , Centro de Yoga Jivamukti en Madrid