Los pensamientos de hoy son los duplicados de ayer 

Se dice que tenemos más de 65.000 pensamientos al día, y que el 95% de ellos son duplicados del día anterior. Como una canción de éxito repetida, pegadiza y emocionante al principio, pero que con el tiempo se va quedando hueca y sin vida, uno podría pensar que este flujo constante de conciencia también acabaría volviéndose tan aburrido, tan enloquecedoramente repetitivo, que no tendríamos más remedio que apagarlo. Pero no lo hacemos.

Repetimos nuestros ayeres y los reproducimos en nuestros mañanas... constantemente.

Podemos estar en el presente durante un momento o dos, antes de que las ideas y las preocupaciones empiecen a invadirnos. Nos perdemos en esas ideas y saltamos de una a otra como en un laberinto interminable, sin final ni salida concretos.

Por muchos lugares nuevos que veamos o personas que conozcamos, seguimos atascados en nuestra propia canción de toda la vida. Sin darnos cuenta de que estos pensamientos no tienen fin, construimos una fascinante historia en nuestras cabezas, que consiste principalmente en todo tipo de creencias corrosivas, la principal de las cuales es que si te conviertes en el tipo de persona adecuado -que tiene el aspecto adecuado, come lo adecuado y construye el tipo de vida adecuado- sólo entonces conocerás la verdadera felicidad que anhelas.

Esta historia no es nueva. Y no nos cansamos de ella.

Este laberinto interminable de búsqueda y esfuerzo, de pensamientos que se persiguen a sí mismos por la cabeza como un perro que se persigue la cola, es a menudo tan sutil que apenas lo percibimos, excepto como una tenue corriente subterránea de malestar con la que aceptamos vivir y que escondemos bajo la alfombra.

Desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche, nuestra atención se fija en todos los pensamientos que tenemos en la cabeza, siguiéndolos ciegamente por donde eligen vagar, a menudo por caminos trillados. CAMINOS MUY TRILLADOS. Sólo conocemos nuestro pasado, y seguimos proyectándolo en el futuro. Los mismos viejos dramas, los mismos viejos patrones de pensamiento, las mismas viejas reacciones.

PERO haber vivido esos raros momentos de plena presencia (porque todos los hemos vivido) nos demuestra que, de hecho, hay una gran diferencia entre estar perdidos en nuestra cabeza (atrapados en la interminable narrativa circular interior) y estar plenamente presentes.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo aumentamos la conciencia y la presencia para darnos cuenta de las creencias erróneas que nos gobiernan día tras día y cuestionarlas?

El primer paso es la curiosidad. SIENTE CURIOSIDAD POR LA VIDA, POR TI MISMO, POR LOS DEMÁS. Siente curiosidad por lo más insignificante que tengas delante, siente curiosidad por saber por qué las cosas suceden como suceden.

Empieza por asimilar lo que hay delante como algo verdaderamente sagrado, verdaderamente mágico, verdaderamente nuevo.

Se trata de volver a sorprenderse y de querer realmente mirar y bucear más profundamente en lo bello, lo feo, lo interesante y lo aburrido. Porque cuanto más miras, más interesante empiezas a encontrar todo lo que te rodea, más te interesas por lo que tienes delante, más te comprometes con la vida, y cuanto más te comprometes con la vida, más feliz te vuelves. Es muy sencillo.

"Puedes empezar tantas veces como necesites"
- Cita célebre

LA CURIOSIDAD CULTIVA LA PRESENCIA.

La mayoría de nosotros hemos dejado la curiosidad en las aulas de primaria. ¿Te has parado alguna vez a observar a un niño pequeño por la calle, que apenas puede dar un paso sin tropezar, tan fascinado por la sobrecarga sensorial que supone el mero hecho de estar vivo?

¿Y si empezamos a sentir curiosidad desde el INTERIOR? Enciende esa chispa de querer ver más, saber más y observar más. Deja que te caliente por dentro como una suave vela encendida y permite que ese calor te mueva por la vida.

Sin curiosidad, nos perdemos el estar aquí.

Estamos tan ocupados, tan sobrecargados, tan implicados en nosotros mismos: comprobando constantemente nuestro correo electrónico, nuestros mensajes de texto, nuestro Instagram. Necesitamos recuperar ese sentimiento de curiosidad por la vida: salir de nosotros mismos y de nuestras barreras mentales y abrirnos a lo que nuestro presente (es decir, las personas, los lugares, los encuentros, las situaciones) tiene que ofrecernos.

Al apreciar el ahora de la vida con la intriga de un niño y la curiosidad de un adulto, quizá nos liberemos un poco más de las ataduras de la repetición de nuestros pensamientos, que sólo nos retienen en la congelada anticipación de un futuro lejano.

Por curiosidad, podríamos preguntarnos: si no nos gusta la canción, si ya no encontramos su melodía tan edificante ni su mensaje tan útil, ¿por qué no levantamos la mano y cambiamos de emisora?

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